Querido Joaquín

A estas alturas de nuestra relación, deberíamos saber más uno del otro. Tú lo sabes casi todo sobre mí, soy demasiado chismosa y no puedo resistir contarte cada ínfimo detalle de mi vida, aunque no haya sido muy larga ni particularmente colorida. Pero yo no sé nada de ti. Sólo sé tu nombre porque yo lo elegí para ti, sólo sé tu edad porque cada día llevo la cuenta, sólo sé que te gusta el chocolate por la manera en que te mueves cada vez que lo como. Sé que te preocupas por mí, cuando te da por flojear y no te mueves, yo entro en pánico; das un salto mortal para hacerme saber que estás muy bien, que sólo estás, bueno, flojeando.

También sé a ciencia cierta que tu persona favorita en el mundo es tu papá, porque pareces un contorsionista karateca cada vez que oyes su voz. Pero no sé cómo es tu voz, no sé cómo es tu rostro, no sé a qué huele tu cuello. No sé cuál es el color de tus ojos, y mucho menos cuál es tu música favorita. No tengo idea de muchas cosas importantes sobre ti, y eso debería alejarme en otras circunstancias. Pero contigo, todo ha sido tan mágico y maravilloso que no necesito saber más de lo que ya sé para amarte infinitamente y sin reservas. Desde el minuto en que supe que estabas ahí, creciendo, en ese cubículo helado de hospital, me sentí la mujer más afortunada del mundo.
Mucha gente me dice que es malo tener varones de primero, porque eventualmente terminan abandonándote. Pero te digo una cosa, aunque no sepa mucho sobre ti, estoy convencida que tú eres el único hombre que jamás dejará de quererme y que ni durante un solo segundo dudará de su amor por mí.

Últimamente la espera se ha hecho cada vez peor, siento que cada vez falta más tiempo para vernos, para tenerte en mis brazos, para sentir que el amor entre una madre y su hijo es único, irrepetible e irremplazable, para seguir imaginándome cuál será la primera palabra que dirás o a qué edad decidirás comenzar a caminar y explorar el mundo. Soy una persona impaciente, gruñona y a veces fastidiosa con los pequeños detalles, pero durante este tiempo he aprendido que esas tres virtudes que poseo deben ser guardadas en un cajón hasta que seas adolescente, porque sin duda tendrás tendencias que yo creeré suicidas y los demás verán como ganas de aprender. No puedo esperar más a que pintes las paredes con creyones de cera y tu papá se vuelva loco y yo me ría mucho mientras les tomo fotos. No puedo esperar a verte sonreír la primera vez. Será divertido ver tu expresión la primera vez que veas a un animal en carne  y hueso. O la expresión de tu papá cuando lo llames por su nombre para enseñarle tu nueva gran hazaña.

Eres mi pequeño pedacito de amor. Saber que estás vivo me llena de una dicha inmensa, de muchísima felicidad, de amor infinito. Eres la prueba de que el amor no se piensa, se siente y se vive con intensidad, para que pueda ser disfrutado. Probablemente cuando tengas capacidad de entender esto no seré capaz de entregártelo. No quiero que pienses que tu mamá es muy sentimental. Quiero que me veas como la mujer fuerte y segura que no soy, pero en la que tendré que convertirme para tenerte seguro y a salvo. Quiero que cuando hables de mí, te sientas orgulloso, así como yo me siento orgullosa de ti sólo porque sabes moverte. Aún me quedan muchos años de sentirme orgullosa, de amarte mucho, pero hoy, creo que la finalidad de todo esto es decirte: Gracias por decidir venir a mí y bendecirme.

Tu mamá, Amaranta

(Ahora Joaquín tiene 7 meses de nacido)