Confesión

A veces no sé a donde divagan mis pensamientos, ni de donde provienen. Se van al pasado, a donde todo duele. Hasta el aire que respiraba, desde siempre hasta dos años atrás es vergonzoso, esta sucio, lleno de lágrimas, de cosas malas, de soledad. Pero incluso ahora a veces el aire también se pone rancio, y me da por recordar. y cuando traigo el pasado al presente, lloro, porque es duro, terrible; me hiere una y otra vez.

Cuando pienso en el pasado, me convierto otra vez en esa niña triste, solitaria, desadaptada, de la que todos se burlan y ridiculizan porque lee mucho y se viste de negro, porque no tiene amigos, porque habla con palabras raras, porque escucha música que transporta, porque no sale de rumba, porque hasta su familia la humilla, recordándole todos los días que es una muerta de hambre, que no vale ni siquiera la preocupación de sus padres. Me convierto en esa niña que está sola en este mundo, porque sus padres no la quieren, la usan de chivo expiatorio para su guerra personal. Ha pasado mucho tiempo, desde que batallé contra mí misma, batallé contra la depresión crónica, batallé contra las ganas inmensas de morirme, y gané, porqué aquí estoy, todavía sigo viva, y aún me duele como el primer día. Han pasado dos años desde que tengo una felicidad tan grande, que todos los días creo que se me va a acabar, y todavía lloro a lágrima viva cuando me acuerdo del pasado. Cuando me acuerdo que sacrifiqué mi juventud y mis sueños de soltera por ser feliz y estar tranquila, no puedo evitar sufrir y llorar por su pérdida, y por mí.

Cuando veo a mi hijo tan pequeño, tan feliz e inocente, lloro suplicando que jamás tenga que pasar por lo que yo pasé. Sufro todos los días y me esfuerzo en la titánica tarea de mantenerlo feliz, inocente, tranquilo, alimentado, libre de culpas y pecados que no son suyos. Yo sé que debo liberarme del pasado para estar finalmente en paz, poder seguir con mi vida completamente, ser la persona cuerda, feliz y realizada que mi hijo necesita, que yo necesito. Pero mi pasado se aferra a mi corazón, sin piedad, dejándome triste, cansada de tanto pelear, deprimida por haberme dejado vencer. Claudiqué ante mi desesperación, y ahora estoy aquí, con 21 años, casada y con un hijo, sin haber terminado la universidad, creyendo siempre que nadie me aprecia y nadie me quiere como amiga, sintiendo a cada minuto del día que soy repulsiva e indeseable. Nadie me puede culpar de sentir eso de los demás, si de mis propios padres sentí siempre que era mejor que nunca hubiese existido para que ambos fueran felices.

Ahora he caído en cuenta que mis sueños de soltera deben ser olvidados, o envueltos cuidadosamente en una tela de seda y guardados en lo profundo de mi alma, para que no me marchiten por dentro. Ahora mis sueños deben ser en función de mi bebé, y mis sueños de soltera no combinan, no pueden existir en mi vida de mamá y esposa. He caído en cuenta que las decisiones que tomé para no sufrir más, me trajeron otro tipo de sufrimiento, no tan profundo como el que tuve antes horadándome pero sí importantes; debo lidiar con ellos para mantener mi felicidad.

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